De noche la casa se siente más grande, pero es el momento en que más abrazada me siento. Hay un juego con la luz cálida que configura un hogar. Los cuadros se ven más imponentes pero los sillones se sienten más mullidos que por la mañana. Quisiera que estas horas de la noche duraran más, que el ruido del viento se sintiera tan fresco como ahora.
Me gusta sentarme sobre la barra de la cocina mientras mis pies cuelgan y como una naranja. Después de jalar el jugo con mis dientes la volteo para comer cada gajo con lo que resta de ella. Veo la negrura de la ventana que no me lleva a ningún lado y lo pienso.
Recuerdo el ruido de su auto al llegar a la entrada y cómo mi corazón comienza a revolcarse entre las olas de la emoción que nace en mi pecho y se revientan entre mis piernas. Abro, lo veo y guardo mis ganas de saltar hacia su cuello. El deseo se mezcla con la necesidad de sentir su cuerpo lento, sin otra cosa que amor.
Esta noche con mis pies colgando desde la barra me siento niña, no de imagen sino de ilusión. El no tocar el suelo me hace sentir que no hay responsabilidad de moverme solo de estar. Estar frente a la ventana negra que solo deja ver algunas ramas de arboles a lo lejos y la silueta de uno de mis gatos corriendo sobre el techo. Estar solo respirando, extrañando.
Virgilio llega y besa mientras busca mi cuerpo con una de sus manos. Tiemblo. Desde el ruido de sus pasos antes de entrar por la puerta hasta este momento ha pasado poco tiempo, pero las olas dentro de mi comienzan a reventarse hasta llegar a mis rodillas. La marea se mezcla con su saliva y mis manos sobre su pecho. Cierro los ojos y jalo su cuerpo hacia el mío. Mareas altas y atrabancadas chocan con su dureza.
Me rio mientras inicio a chupar la otra mitad de la naranja. He puesto demasiada sal y tengo que quitarla con mis dedos. Los mismos que la otra noche lleve a su boca después de mezclar su semen con mis ganas; dedos que tocaron su espalda mientras escondía mi cara entre su cuello pensando que el mejor lugar para refugiarme era ahí junto a las venas que alimentan su vida.
Las partes de mi cuerpo comienzan a cargar las memorias que hemos hecho. Mi cabello recuerda sus manos quitando los mechones de mi cara mientras me arrodillo para llenarme de él mientras que mi muslo izquierdo lleva marcada la mano que me acaricia mientras maneja. Años de historia se vuelcan en mí y me tatúan de la forma en que sus brazos y su pecho están cubiertos por los símbolos de su vida.
Volteo la naranja y comienzo a quitar los gajos buscando el poco jugo que queda en ellos. Pienso en él, pienso en mí, pienso en nosotros y rio porque ante el amor y el deseo solo queda estar con las piernas colgando.